En su libro Ensayos en campera, el físico Jorge Sabato (primo del autor de Uno y el Universo) postuló como modelo de desarrollo un triángulo formado por el gobierno, el sector productivo y el sector científico. La potencia del triángulo radica en sólidas flechas de conexión que van y vuelven de cada vértice. Esta simple alegoría geométrica destila la esencia de un procedimiento de éxito tecnológico en el mundo desarrollado, y fue usada como guía de políticas en varios países de América Latina. En una Argentina que, con idas y vueltas, se está afianzando en ubicar la ciencia y la tecnología en el camino del progreso, es propicio debatir futuras encarnaciones del triángulo. En particular preguntarse: ¿Debe la Argentina incorporar nuevos reactores nucleares que producen energía eléctrica? La pregunta es compleja e invita a un análisis profundo de sus implicancias.

Pequeño es mejor

El gobierno actual y el precedente han fijado posiciones distintas en cuanto a la compra de reactores a China. Ambos gobiernos convergieron en el propósito de comprar un reactor llamado Hualong-1 (de propiedad intelectual china, cuyo combustible es uranio enriquecido), pero discreparon respecto a la compra de un reactor tipo Candu (por Canadian Deuterium Uranium, de diseño canadiense, con uranio natural como combustible), similar a la Central de Embalse, la segunda planta nuclear argentina, ubicada en Río Tercero (Córdoba). Una consideración detallada del actual mercado nuclear en el mundo, de sus costos, de la articulación de la energía nuclear con otras fuentes y de las capacidades tecnológicas argentinas, nos lleva a proponer una respuesta afirmativa pero diferente de las alternativas mencionadas: la Argentina, anticipándose a una futura tendencia mundial, debería focalizar agresivamente la inversión en el desarrollo, tanto para el mercado interno como para exportación, de los llamados “reactores modulares pequeños” (o “SMR”, por su sigla en inglés).

Por un abanico de motivos, la industria nuclear mundial está lejos de jugar un papel dominante en el nuevo mapa energético. La demanda de energía en el mundo creció un 4% en 2018, con más del 50% de ese incremento proveniente de fuentes renovables, principalmente solar y eólica, mientras que solo un 10% provino de fuentes nucleares. Si tal incremento fuera cubierto solamente por energía nuclear, y si las centrales se construyeran en el plazo típico de 6 años, se requerirían alrededor de 600 centrales nucleares en construcción, cuando en realidad, en este momento, hay solo 42 (la mayoría en Rusia, China e India).

La generación eléctrica está atravesando un profundo cambio. El costo de las energías renovables disminuyó entre el 10 y el 20 % por año en el último lustro, y a su vez -sobre todo con nuevos requerimientos de seguridad derivados del accidente de Fukushima en 2011- el costo de capital de las centrales nucleares aumentó sustancialmente en los últimos años, entre el 10 y el 17%.

Las fuentes renovables proveen energía de modo intermitente; tanto la energía solar como la eólica dependen del estado meteorológico y las represas requieren que los diques estén llenos. Por lo tanto, deben ser complementadas con fuentes que están disponibles (casi) siempre, como el petróleo, el gas o la energía nuclear. La complementación de energías renovables con la energía nuclear no resulta hoy económicamente competitiva frente a otras opciones, sobre todo en países con abundante provisión de gas, como será el caso de la Argentina con la explotación de Vaca Muerta. El consumidor argentino pagaría más por la energía eléctrica producida por un nuevo reactor de tipo Candu que por la producida por una combinación de fuentes renovables complementadas por centrales a gas. Y, más importante todavía en nuestra visión, no agregaría capacidad exportadora a la industria nacional, dado que no hay mercado en el mundo para este tipo de reactores. El mismo argumento, aunque con un sobreprecio algo menor, se aplica también a la energía que produciría un reactor Hualong-1.

Capacidad autónoma

En la actualidad, la producción mundial de energía nucleoeléctrica está sustentada en reactores llamados de Generación II (con una tecnología probada de los años 70), y un cierto número de reactores recientes de Generación III+, que incluyen mejoras en seguridad y eficiencia, pero que encuentran serias dificultades para encontrar un mercado. A su vez, desde hace muchos años el mundo nuclear viene apoyando una iniciativa conformada por 14 países, la Generation IV International Forum (GIF), para llevar diseños innovadores a un estado de madurez tecnológica. El objetivo inicial de GIF fue identificar tecnologías prometedoras para su desarrollo futuro, entre ellas los SMR, ensamblados en su fábrica, y llevados al sitio de emplazamiento en camión, tren o barcaza. Hay un consenso creciente en que la menor inversión de capital y de tiempo de construcción puede cambiar la ecuación económica, y llegar a hacer de los SMR una opción atractiva tanto para países en desarrollo, sin gran infraestructura energética en general, como para grandes países industrializados.

¿Debe, entonces, la Argentina invertir en energía nuclear? Sí, por diversos motivos: porque se trata de una energía limpia que atiende, como ninguna otra, a la necesidad de descarbonizar la atmósfera en consideración del cambio climático; porque, en contraposición a la percepción popular, muestra un récord de seguridad no igualado por ninguna otra tecnología (en contraparte, según la Organización Mundial de la Salud, hay 4 millones de muertes anuales atribuibles a la contaminación ambiental); porque las decisiones en materia nuclear son de primera importancia internacional dado su valor estratégico y su papel en la inserción del país en el mundo; porque, con sus altos estándares de calidad, actúa como factor multiplicador de las capacidades industriales del país, acrecentando su potencial exportador; porque, y tal vez este sea el motivo más importante, en el campo de los SMR, la Argentina cuenta con una ventaja competitiva: el reactor Carem (por Central Argentina de Elementos Modulares), de diseño nacional, con un prototipo actualmente en construcción, y con potencial exportador.

Si la Argentina quiere jugar un papel en la expansión del uso de la energía nuclear y el control del cambio climático, no lo conseguirá comprando un reactor Candu a un precio que, en comparación con la energía que produce, lo ha sacado del mercado mundial. Tampoco lo hará con un reactor Hualong-1 que, por ser el producto insignia de la industria nuclear china, concederá una limitada participación a la industria nacional en su construcción, y menor aún en la posibilidad de negocios de exportación. Se requiere formular un plan nuclear que apunte a desarrollar una capacidad autónoma de desarrollo, diseño, construcción y exportación de centrales nucleares competitivas en términos tecnológicos y económicos, esto es, apostar a crear un nuevo nicho de oportunidades, lo que también involucra los servicios de mantenimiento, provisión de combustible y tratamiento de residuos. Los SMR representan ese posible nicho de oportunidad para Argentina.

Desafío épico

Con 70 años de apoyo constante al desarrollo de la tecnología nuclear (la CNEA se fundó en 1950), la Argentina desarrolló una industria que está hoy madura y con capacidades suficientes para producir y exportar reactores SMR; para conseguirlo necesita orientar eficientemente la contribución de cada organismo público y privado hacia ese objetivo común, y establecer un liderazgo del conglomerado nuclear de sólido perfil técnico y fuerte soporte político.

¿Cómo será la Argentina en 20 o en 30 años? Nuestra aspiración es ver al país en un sendero de desarrollo tecnológico, y eso supone el debate sobre cómo generar riqueza a partir de fuentes de trabajo basadas en el conocimiento. El Estado debe invertir en nuevas tecnologías, aspirando a que la industria nacional desarrolle capacidad exportadora de productos que el mundo quiera comprar, expandiendo las oportunidades laborales a través de nuevos desafíos.

Es concebible que la energía nuclear recupere protagonismo en el mundo a través de una variante sustancialmente más barata y de construcción mucho más rápida que los grandes reactores actuales. La Argentina tiene allí una oportunidad. Es necesario poner a trabajar coordinadamente todos los recursos del sector público junto al complejo industrial privado que lo complementa, para tener un Carem de exportación en cinco años, si no se quiere perder la oportunidad de competir en el mercado internacional, donde hay alrededor de cincuenta proyectos alternativos en desarrollo. Este desafío requiere estrategias empresariales en la gestión y ejecución del proyecto, con metas muy exigentes; se trata de un esfuerzo épico, capaz de movilizar a toda la comunidad de cada vértice del triángulo hacia un objetivo trascendente, capaz de refutar la vigencia de la frase que Jorge Sabato escuchó de un taxista, y que usó de epígrafe para uno de sus ensayos: “Después de tanta mishiadura cuesta mucho pensar en cosas grandes”

 

 

 

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/buscar-oportunidades-para-la-energia-nuclear-argentinadebates-nid2284961