Desde la voladura de los gasoductos Nordstream, Europa atraviesa una crisis estructural de abastecimiento energético. Sin embargo, no ha volcado inversiones decisivas en el desarrollo de Vaca Muerta. El contraste con el frustrado proyecto con la malaya Petronas, dispuesta a financiar infraestructura de licuefacción en 2024, revela una paradoja geoeconómica profunda. Más allá del potencial del recurso, pesan la falta de previsibilidad macroeconómica, el desinterés estratégico de Bruselas, las limitaciones logísticas argentinas y el alineamiento atlántico que condiciona toda apuesta energética europea. En el tablero global del gas, la “seguridad energética” pesa más que la abundancia.
Tras la suspensión del suministro de gasoductos rusos —que en 2021 representaban el 40 % del abastecimiento de la Unión Europea—, Bruselas emprendió una estrategia de diversificación acelerada, pero sobre bases pragmáticas.
La prioridad fue asegurar el suministro con socios confiables, predecibles y ya integrados en el mercado mundial de GNL. Así, Estados Unidos emergió como principal abastecedor desde 2022, seguido por Qatar, con contratos a largo plazo y una capacidad de expansión sólida. A ellos se suman Noruega (con gasoductos consolidados) y proveedores del norte de África como Argelia, Egipto y Nigeria, que gozan de proximidad mediterránea.
El Viejo Continente sigue urgido en diversificar sus fuentes de gas natural licuado (GNL), pero continúa apostando a proveedores tradicionales y omite una oportunidad que, sobre el papel, parecería incuestionable.
La pregunta clave es: ¿por qué, en un contexto de urgencia energética tras el corte del suministro ruso, Europa no ha volcado inversiones decisivas en Vaca Muerta, una de las mayores reservas de gas no convencional del mundo? El interrogante revela una paradoja estratégica que, más allá de su aparente simplicidad, responde a factores geoeconómicos, políticos y logísticos profundamente estructurales.
Nada impide técnicamente que Europa invierta en infraestructura argentina. El capital existe. La tecnología también. Las empresas operan en el país y conocen el potencial del recurso. Pero no lo hacen. ¿Por qué? Porque hacerlo implicaría construir una vía energética independiente de EE. UU., negociar con un socio periférico sin integración plena al sistema atlántico y aceptar un riesgo soberano que escapa a los manuales del mercado europeo.
Además, la Argentina no forma parte del entramado estratégico de seguridad energética de la OTAN o la UE. En los hechos, es vista como un proveedor potencial, pero remoto, inestable y no alineado.
Públicamente, los observadores de la geopolítica de la energía reproducen el discurso estándar: Argentina tiene inseguridad jurídica, falta de credibilidad macroeconómica y sus políticas desalientan inversiones. Adicionalmente, agregan que carece de una infraestructura de licuefacción operativa a escala exportadora, no posee buques metaneros propios ni contratos de largo plazo firmes, en fin.
El discurso público tiene buena parte de verdad: Argentina ofrece una constelación de obstáculos que minan cualquier posibilidad de comprometer capitales a largo plazo: controles de capital que dificultan la repatriación de dividendos, volatilidad normativa con cambios frecuentes en las retenciones y condiciones de exportación, una historia reciente de defaults y nacionalizaciones, y una inestabilidad política que reconfigura prioridades estratégicas con cada nuevo gobierno.
No obstante, algunas energéticas europeas mantienen sus posiciones desde hace décadas.
En consecuencia, los capitales europeos que operan en el país prefieren un enfoque de bajo riesgo: extraer valor a través de operaciones existentes, sin comprometerse con megaproyectos como plantas de licuefacción o infraestructura portuaria para exportación de GNL.
Por otra parte, el alineamiento atlántico condiciona las apuestas estratégicas. Desde 2022, la dependencia energética y militar de Europa respecto de Estados Unidos se ha profundizado, particularmente tras la guerra en Ucrania. En este nuevo marco, ningún actor europeo relevante quiere arriesgarse a comprometerse con un proyecto geoeconómico como un hub argentino de GNL sin el aval explícito de Washington.
El caso del frustrado proyecto de planta de licuefacción YPF-Petronas, que se desmoronó en 2024, es ilustrativo. Pese a su potencial transformador, el plan no contó con respaldo financiero occidental, y las tímidas exploraciones hacia financiamiento asiático fueron desalentadas por presiones indirectas. Europa, claramente, no va a confrontar con EE. UU. por un gasoducto argentino si ya tiene garantizado el suministro norteamericano.
Lógica extractiva, no estratégica
Empresas francesas, alemanas y noruegas están presentes desde hace décadas en la Argentina y, más recientemente, en Vaca Muerta. Sin embargo, sus operaciones son relativamente limitadas. Operan como socios minoritarios, principalmente en proyectos destinados al consumo interno argentino, con precios regulados y márgenes acotados. En el mejor de los casos, se orientan al petróleo de exportación, más sencillo de monetizar.
Estas compañías no controlan el midstream (gasoductos troncales) ni el downstream (terminales de exportación). Su rol se restringe al upstream —la extracción— sin asumir los riesgos financieros ni regulatorios de desarrollar infraestructura a gran escala.
Sin acceso ni control sobre la logística exportadora, no existen incentivos económicos suficientes para invertir miles de millones en instalaciones cuya rentabilidad dependería de regulaciones imprevisibles.
Las limitaciones logísticas estructurales
Argentina carece, aún, de las condiciones materiales necesarias para exportar GNL a escala global. Para ello, debería construir una o más plantas de licuefacción —como la proyectada en Bahía Blanca—, desarrollar puertos de aguas profundas aptos para recibir buques metaneros de gran calado y suscribir contratos de abastecimiento a 20 años con compradores firmes. Ninguno de estos pilares está actualmente garantizado: el Estado no los financiará y, al parecer, los privados tampoco, o se limitarán a proyectos de pequeña escala.
Europa, cuya política energética privilegia contratos seguros y estabilidad jurídica, no asumirá el riesgo de financiar toda la cadena exportadora sin condiciones mínimas de previsibilidad macroeconómica, infraestructura y alineamiento estratégico.
La aparente paradoja se disipa al mirar en detalle: Europa no invierte decididamente en Vaca Muerta porque Argentina, a pesar de su potencial geológico, no ofrece las condiciones políticas, económicas ni logísticas para convertirse en un proveedor confiable de GNL. Las reservas existen, pero la falta de infraestructura, la inestabilidad normativa, la presión geopolítica y la ausencia de una visión estratégica integral alejan a los capitales europeos de compromisos estructurales. En un mundo donde la energía es también poder, la confiabilidad —más que la abundancia— define quién entra al mapa de los proveedores globales.
Como contrapartida a las posiciones europeas, Vaca Muerta, genera fuerte interés en Estados Unidos. Una muestra fue la reciente visita del exsecretario de Energía de Donald Trump, Chris Wright, a la embajada argentina en Washington, donde participó de una mesa de trabajo organizada junto al Council for a Secure America (CSA).
En el encuentro, que reunió a 23 empresas del sector —como Continental Resources y Valero Energy—, se destacó el potencial energético argentino, la productividad de Vaca Muerta y las reformas económicas de Javier Milei, en particular el régimen RIGI y el avance hacia la liberalización cambiaria.
El embajador Alec Oxenford subrayó que la energía es un eje prioritario en la relación bilateral y resaltó el rol estratégico de las empresas tecnológicas estadounidenses en el desarrollo del sector no convencional.
También se abordaron proyectos de infraestructura clave para potenciar las exportaciones de gas y petróleo.
Wright, con antecedentes en Liberty Energy y en el sector de energía nuclear, fue invitado a visitar la Argentina para profundizar la cooperación. Un día antes, la embajada también promovió inversiones en un desayuno encabezado por Susan Segal del Council of the Americas, con la participación de grandes firmas globales interesadas en el país.
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